VIOLENCIA CERO

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martes, 31 de mayo de 2011

AMBIVALENCIA


La semana fluía, misteriosa, despacio. Lo buscó entre las personas que habían concurrido a la manifestación. No pudo concentrarse en los títulos del diario que tenía frente a su tasa de café. Impulsó la búsqueda dos o tres veces más, desde su corazón. Se perdió en los andenes de la terminal. Imaginó un abrazo hermético. Intentó no pensar más. Fracasó.
El rojo es símbolo de tu negación. No tenerte es mi desesperación. Y, hoy, acá me siento hipócrita y degenerado.
La salida de baño le rozaba el cuerpo, la música le hacía mover los pies. Acarició su hombro. Soltó su cabello mojado. Dejó caer la bata. Moviendo el cuerpo bailaba sin descaro. Sola. Abrumada. El deseo entró por la punta de los dedos. Su mente no quería. Ella sí.
Escuchó el silencio. Imaginó la ausencia. Se escapó de ella misma. Volvió.
Dedos. Caricias. Un cuerpo. Ganas. Recorrido. Dedos. Caricias. Un cuerpo. Ganas. Deseo. Un cuerpo. Dedos. Humedad. Recuerdos. El. Ella. Un cuerpo. Dedos. Poses. Abierto. Cerrado. Ella. El. Un cuerpo. Dedos. Humedad. Ganas. Caricias. Recorrido. Transpiración. Ella. El. El. Ella. Un cuerpo. Ganas. Deseo. Humedad. Recorrido. Explosión. Grito. Llanto. Un cuerpo. Ella.
Varios minutos de desolación. La blusa naranja no hacía juego con el color apagado de sus ojos. Salió sin volver su mirada. La calle la abrumaba. El basural de la esquina olía a podrido. El colectivo, atestado de pasajeros, la irritaba. Bajó en cualquier lugar de cualquier otra parte. Todo podía esperar. Ella no. El parecía que sí.
Nunca le gustaron: las máscaras, las comparsas, los globos, el papel picado, los tambores, las grandes aglomeraciones, lo frenético, los disfraces, los sombreros, las caretas, el maquillaje, los cuentos de hadas, los duendes, las ilusiones, los geranios. El azul.
La ciudad, parada, en una postal para los extranjeros, la invitaba a evadirse. El don con que la había dotado la naturaleza, la tentaba a arrepentirse. El caramelo pegoteado en el fondo del bolsillo, la sacó de quicio.
Jamás se presentó a la audición. No sabía dónde estaba. Ni qué hora era. Ni a quién había molestado cuando suspendió la fiesta porque sintió un fuerte dolor en la cabeza. Los demás pensaron que había sido otra cosa. Ella sabía que fue cosa juzgada.
Caminó con descaro por el cruce de las vías. Respiró. Entonó parte de la ópera La Boheme. Embelesada con el rayo del sol que cubría su rostro, abrió los brazos, su cartera se soltó, hizo un sonido hueco contra los rieles.
La música de las comparsas la suspendió en el tiempo.
Envuelta en ritmos carnavalescos, se dejó llevar por el sonido, hasta encontrarse frente a frente con una máscara de encaje que la hizo frenar. Ojos de gato misterioso y cauto. Miran fijo sin mirar y tu boca, dibujo perfecto, cerrada, sin hablar. Tus joyas me deliran y tu quietud me delata.
El rojo es símbolo de tu negación. No tenerte es mi desesperación. Y, hoy, acá me siento hipócrita y degenerado.
No atinó a nada más que huir. Sí, era él. El, casi parecía, ella. El en ella. Ella en él. Lo que le advirtieron fue real. Era un él, que había elegido ser un ella. Y, ella era ella, que lo necesitaba a él.
El ruido de los tacos se fue diluyendo con el aire. Igual que el sonido, las máscaras, los colores y su alma. La que jamás volvió.
                                                                           GRACE SANTOS

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