VIOLENCIA CERO

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jueves, 17 de marzo de 2011

HUECOS

El encantado espacio abierto de un camino sin viento. Sin árboles. Sin senderos. La capacidad verdadera de estar y no tenerte. El buscar dentro de lo cotidiano la única salvación: la rutina. Rutina. Estructura. Palabras contenedoras, salvadoras. Escapes elaborados de malas profesiones. La profesión de no sufrir. No sentir. No extrañar. Embarullarse en los encierros mágicos de lo cotidiano dibujado con comillas, paréntesis, salvedades de las almas enrojecidas, entristecidas, descapotadas, a la intemperie. Sin cobijo.
Cada tanto un cuento.
Más allá un entierro.
Más acá un desencuentro.
Acá una desilusión en vano, un por qué si, un por qué no, un no sé qué hacer, un maldito seas. Maldito, mil veces, maldito.
Amor reverendo, incapacidad para liberarse, para dejar fluir, para olvidar, para dejar de sentir, para que nada tenga que parecerse al estilo. Estilo lógico de la invasión terrestre de las miserias sepultadas entre las sábanas limpias de un amor podrido. Maloliente. Ensartado en una espada de color naranja, un plástico roto por la falsa felicidad.
Las frases incompletas, las barbaridades dichas, los insultos punzantes y difusos. La ansiedad golpeada con los puños y las palmas de los laureles entumecidos. La albahaca marchita, apoyada sobre el balcón, acompañaba al rosal comido por los caracoles. Ella, miraba sin ver, la incapacidad de no olvidar. La imposibilidad de quedarse sola. Muda.
¿Por qué no supo parar un instante antes?
Un sonido hueco.
Un silencio.

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