VIOLENCIA CERO

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viernes, 18 de febrero de 2011

Un hueco

El crepúsculo codiciado de la vanidad callejera. El inicio apagado del humo enfrascado en el deseo. La invasión enfermiza de la soledad encapsulada en una lágrima. El rubor adormecido. La ilusión muerta en el frasco de mermelada de ciruelas. La fragancia dulce de la espera inútil. La compasión maldita del amor incomprendido. El sabor horrible del beso jamás repetido. La condición destruida de una persona marcada por el destino. El encarecido ruego, pedido con gritos malditos incorporados, sin razón, valedera, sin más que una súplica en silencio, una sensación marcada en el estómago, doliente. Jamás manifestada. 
El perdón debería susurrarlo en el oído de ella, suave, tenue, enloquecido. La fascinación había caído en desgracia, como la misma huella después de la lluvia de agosto. La mágica manifestación del agujero hueco acabado de una vida en desprestigio. Las lunas contadas, noche a noche, buscando en ellas compañía. La luna llena. La luna vacía. El vacío de la luna. Vacío como ser. Ser sin mí.
El encantado espacio abierto de un camino sin viento. Sin árboles. Sin senderos. La capacidad verdadera de estar y no tenerte. El buscar dentro de lo cotidiano la única salvación: la rutina. Rutina. Estructura. Palabras contenedoras, salvadoras. Escapes elaborados de malas profesiones. La profesión de no sufrir. No sentir. No extrañar. Embarullarse en los encierros mágicos de lo cotidiano dibujado con comillas, paréntesis, salvedades de las almas enrojecidas, entristecidas, descapotadas, a la intemperie. Sin cobijo.
Cada tanto un cuento.
Más allá un entierro.
Más acá un desencuentro.
Acá una desilusión en vano, un por qué si, un por qué no, un no sé qué hacer, un maldito seas. Maldito, mil veces, maldito.
Amor reverendo, incapacidad para liberarse, para dejar fluir, para olvidar, para dejar de sentir, para que nada tenga que parecerse al estilo. Estilo lógico de la invasión terrestre de las miserias sepultadas entre las sábanas limpias de un amor podrido. Maloliente. Ensartado en una espada de color naranja, un plástico roto por la falsa felicidad.
Las frases incompletas, las barbaridades dichas, los insultos punzantes y difusos. La ansiedad golpeada con los puños y las palmas de los laureles entumecidos. La albahaca marchita, apoyada sobre el balcón, acompañaba al rosal comido por los caracoles. Ella, miraba sin ver, la incapacidad de no olvidar. La imposibilidad de quedarse sola. Muda.
¿Por qué no supo parar un instante antes?
Un sonido hueco.
Un silencio.

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