Indigestión a causa del estrés o de la falta de ideas para sobrellevar el maldito enero en el pueblo. El polvo secaba la garganta. La fealdad se esfumaba con el calor y la belleza se opacaba derretida. Al juzgar por ella no valía la pena salir del cuarto. El calor le bajaba la presión. Sus sienes ardían, el colchón era la continuidad de su cuerpo y ella flotaba, apenas respiraba, debía optar entre quedarse dormida con el riesgo de no despertar más o salir de ahí y refrescarse. La voluntad se había diluido igual que el agua que se derramó sobre la cara.
La frustración la había marcado hasta la inestabilidad.
El fracaso era moneda corriente, el menosprecio de ella misma era caótico y causaba el rechazo de los otros. La percibían antipática. No lo era. Parecía.
Aluvión de situaciones inverosímiles la llevaron al borde del delirio. Lugar donde las almas se esconden para no llorar. La indecisión del atardecer acongoja. Impresión delictiva. Encuentro destructivo. Implosión. Explosión.
Ella sólo se atrevía a mirar por la ventana, oculta detrás de las cortinas.
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